domingo, 29 de agosto de 2010

El sillon del Diablo.

La historia de este sillón pudiera estar relacionada con un médico que vivía en la calle Esgueva y que contaba con una fama un tanto dudosa entre la población. Era el llamado licenciado Andrés Proaza. Se decía que practicaba la hechicería y extraños ritos, que se escuchaban gemidos y veían salir agua sanguinolenta a través del desagüe, que teñían de rojo las aguas de uno de los ramales del río Esgueva. Estamos hablando de mediados del siglo XVI. Las miradas se centraron sobre este doctor cuando desapareció un niño de corta edad del vecindario, siendo visto por última vez entrando en casa del licenciado. Los vecinos alertaron a las autoridades de la ciudad; el hallazgo al abrir el sótano fue espeluznante: en una mesa de madera encontraron el cuerpo del niño desaparecido, despedazado tras haberle practicado en vida una autopsia. Además se hallaron cadáveres de perros y gatos en la misma postura que el cuerpo humano de la mesa. La justicia lo detuvo, siendo procesado y condenado a la horca. En su declaración confesó que en su despacho conservaba un sillón regalo de un nigromante de Navarra. Andrés confesó que tenía un pacto con el diablo a través de dicho sillón, en el que se sentaba a escribir sus terroríficas ideas, y sus espantosas notas de la necromancia o autopsias que practicaba con los seres vivos que cazaba. Al sentarse en este sillón, el diablo le ofrecía toda la sabiduría del mundo en medicina y se comunicaba con él. Dicho sillón contaba con poderes pues de el manaban luces sobrenaturales. Manifestó que “ninguna persona que no fuese médico podía sentarse en el, puesto que de hacerlo, a las tres veces moriría”. Ni los jueces ni el Santo oficio dieron excesiva importancia a lo narrado por Proaza. Al proceder a registrar además los pisos superiores de su casa, se encontró la silla, fabricada con madera de cedro, con respaldo y reposo de cuero y color marrón. Una vez finalizado el proceso la Universidad adquirió en subasta lo bienes del médico, estando entre estos el misterioso sillón que fue arrinconado sin tener en cuenta las advertencias realizadas. En una ocasión, un bedel de la universidad apareció muerto tres días después de haberse sentado en este sillón. Nadie relacionó el hecho con aquellos acontecimientos. Poco después un nuevo bedel corrió la misma suerte, por lo que al no haber transcurrido entre ambos sucesos demasiado tiempo se vincularon ambas muertes. Se decidió ubicar el sillón en la sacristía anteriormente mencionada para compensar sus “diabólicos poderes”, siendo colgado en la extraña posición con el fin de que nadie pudiera sentarse en el. Pasó a formar parte del museo de Valladolid, y en la actualidad se puede contemplar en el Palacio de Fabio Nelli, donde su ubica dicha institución.